Por Sebastian Molina
Pues no serviste al Señor tu Dios con gozo y alegría cuando tenías de todo en abundancia. [Dt 28:47]
Cuando en los noticieros se escucha la palabra mercenario, por lo general viene a nuestras mentes un hombre alto de contextura gruesa, fuertemente armado y con cara de villano. Su propósito: ganar grandes sumas de dinero por hacer el trabajo sucio o peligroso que quizás otras personas del común no estarían dispuestas hacer; como por ejemplo defender a capa y espada una causa ajena en un país lejano.
Si bien el termino mercenario es muy extraño y casi desconocido en la cultura colombiana, se han conocido casos de miembros de la fuerza pública que aprovechando su excelente preparación en las fuerzas especiales de la nación deciden renunciar a la causa nacional por ir a defender la de un país árabe.
Por consiguiente, ¿es realmente extraño el término mercenario para la cultura colombiana, en especial para los hijos de la FE? Como diría una frase común: en lo teórico sí, pero en lo práctico no.
En Colombia y en el mundo, la lealtad es un valor que poco a poco pierde terreno y se ha vuelto de fácil transacción; el trabajador que se va a otra compañía por más dinero, el esposo que deja a su esposa por una “más bonita”, el consumidor que cambia de marca de café por una más barata, pero de mayor cantidad, el creyente que migra a otra iglesia por hallar allí una “mejor unción”, etc. En definitiva, es un mal comportamiento que ya hace parte de nuestro diario vivir como cultura, insisto.
Es común escuchar que la lealtad tiene un precio, y es verdad; hasta cierto punto. El Eterno por ejemplo pagó un precio demasiado alto e insuperable para demandar nuestra lealtad si aceptamos; de no aceptarlo, estarían restringidos los beneficios de la salvación.
Ahora, hay varios sabios en el judaísmo quienes dicen que hay dos tipos de lealtad: aquella que se origina por la mirada puesta en las consecuencias (buenas o malas) y la otra por el simple hecho de hacerlo por amor o fidelidad, es decir, sin esperar algo a cambio. La primera, colocándola en un contexto de resultados positivos nos lleva al creyente mercenario. La segunda nos hace ver el caso del siervo desinteresado.
Los sabios dicen que ambas son buenas. Siendo la primera, parte de un proceso de crecimiento necesario en la Fe, en especial en la etapa inicial.
Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, podemos decir que eran principiantes, niños en la fe. Por eso, El Eterno puso consecuencias que tenían impacto en el plano físico, como por ejemplo “si no cumples… no te envío lluvia”. La mirada puesta en las consecuencias era el primer paso para que los Israelitas se entrenaran en el concepto de lealtad.
Para quienes son padres, en un principio y en algunos casos será una buena estrategia decirle al niño: “si te portas bien, te llevo al parque”. Pero deberá pasar mucho tiempo para que ese niño por convicción y de corazón decida obedecer en el último nivel de lealtad, el cual se dice, es el nivel de los profetas.
En ese orden de ideas, mercenario ¿hasta cuándo? Acaso, ¿no hay un límite de tiempo establecido para esta etapa? El Eterno consideró que cuarenta años era el tiempo prudencial para que el pueblo de Israel creciera en su nivel de lealtad. Por eso definir este tiempo como un castigo para el pueblo es una visión un poco limitada, ya que el propósito real era que el pueblo se “entrenara” más en este valor.
Para algunos y en algunas áreas, este proceso de crecimiento será de meses, para otros de años. El hecho es que el Señor también nos advierte de no quedarnos ahí, ya que podemos caer en el gravísimo error de obedecer de mala gana, ya que las recompensas del primer nivel, las cuales tienen impacto físico, no serán suficientes en algún momento. Por ejemplo: llegará el momento que para el niño no será suficiente la llevada al parque. Por consiguiente, Él nos dice “Por cuanto no serviste a Adonai tu Di-ss con alegría y con gozo de corazón…” Esto implica que nuestro objetivo siempre será el servir por amor.
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Sebastian Molina M
A sus veintitrés años conoce al Señor en un contexto cristiano. Al poco tiempo de conocerlo siente un llamado a las raíces hebreas de la fe y es allí donde llega a la comunidad Yovel a finales del año 2009. Casado con Angie Ramírez en la Kehilat Yovel y con su hijo Eitan, hacen parte de una de las familias que conforman la comunidad. En la actualidad, además de escribir artículos para la revista digital Shavua Tov, sirve en el ministerio de jóvenes, y dicta clases a los chicos de «cerca al mandamiento».
Gracias, estoy en el proceso de ascender a ser mercenario eternamente, estaba por tirar la toalla porque no veía el fruto, «el parque ya no era suficiente», estaba reclamando cosas mas grandes, cuando mi vida es ESPIRITUAL no carnal. Gracias. Has levantado mis brazos.