La semana pasada, mientras preparaba kimchi, ese alimento picante, fermentado y delicioso que es parte misma de la identidad coreana, vinieron a mi mente recuerdos muy vívidos. Recordé el año que viví en un seminario dirigido por coreanos y cómo en conversaciones muy personales con la esposa del Pastor aprendí muchas cosas del periodo posguerra. Eran historias de hambre, frío y ruinas, sus padres y abuelos experimentaron todo esto y fue la historia común para los habitantes de Corea del Sur después de la guerra de 1953.

La esposa del pastor me hablaba de cómo se preparaban para el invierno con una seriedad casi sagrada, porque sabían que no hacerlo podía significar no sobrevivir. “En los países con estaciones”, decía, “uno aprende a prepararse. En los países de clima estable, la urgencia no existe”. Y ahí comprendí algo profundo: el clima, los retos y la escasez moldean la cultura, la disciplina y la mentalidad de un pueblo.

Bemidbar: En un desierto

La parashá de esta semana lleva por nombre Bemidbar, que literalmente significa “en un desierto”. No dice “en el desierto”, sino “en un desierto”, lo cual da lugar a múltiples interpretaciones: cada generación, cada pueblo, e incluso cada persona, atraviesa sus propios desiertos.

Israel y Corea del Sur, en 1948 y 1953 respectivamente, eran literalmente eso: desiertos. Uno por geografía y el otro por la devastación. Ambos sin recursos naturales suficientes, sin infraestructura, con altos niveles de pobreza y dependencia de ayuda internacional. Hoy, 70 años después, son donantes de cooperación, líderes en tecnología y modelos de resiliencia y transformación.

¿Qué pasó en esas siete décadas? ¿Qué los sacó del desierto?

Disciplina, servicio y propósito colectivo

Uno de los pilares fundamentales del desarrollo en Israel y Corea del Sur es la disciplina, estrechamente vinculada a un fuerte sentido de colectividad. Ambos valores han sido cultivados desde los albores de sus respectivas historias.

La parashá Bemidbar nos muestra cómo Dios ordena el censo de los hombres aptos para el servicio militar. Este detalle revela una enseñanza profunda: el servicio no solo es un deber cívico o una estrategia de defensa, sino un mandato espiritual. Su propósito no es únicamente formar soldados, sino hombres íntegros, con habilidades, valores, orden y responsabilidad. Además, el campamento militar en el texto gira en torno al Mishkan (Tabernáculo), colocando la fe y la espiritualidad como el eje central de la vida comunitaria.

Tanto en Israel como en Corea del Sur, el servicio militar obligatorio continúa siendo una institución central. En Israel, hombres y mujeres lo cumplen; en Corea, se exige a los varones por un período de aproximadamente 18 meses. En ambos países, este servicio no solo forja la identidad nacional, sino que cultiva disciplina, sentido del deber y resiliencia. Más allá de su valor formativo, el servicio militar responde a una necesidad real: la constante amenaza externa. En Israel, debido al complejo entorno geopolítico de Medio Oriente; en Corea del Sur, por la latente tensión con Corea del Norte. La preparación y la defensa no son opciones: son parte del día a día, del imaginario colectivo, del ser nación.

Tuve la oportunidad de experimentar una pequeña parte de esa cultura durante un campamento internacional en Corea del Sur, al que asistimos cerca de 500 jóvenes de distintos países. Durante un mes recorrimos diversas ciudades, participamos en actividades culturales, hicimos recorridos por fábricas, visitamos museos, participamos en varias iglesias, y compartimos experiencias enriquecedoras que marcaron mi vida.

Uno de los momentos más memorables fue el día de entrenamiento militar. Nos llevaron a una base del ejército, nos entregaron uniformes a la medida, hicimos formaciones y pasamos por actividades físicas, obstáculos y desafíos. Tuve el privilegio —y el reto— de lanzarme desde una torre de entrenamiento. Cerramos la jornada con una impresionante exhibición de Taekwondo, donde vimos romper ladrillos con las manos y movimientos ejecutados con precisión milimétrica. Aunque fue solo un día, y terminamos exhaustos y adoloridos, la experiencia nos dejó una reflexión profunda sobre el valor de la disciplina, la preparación y el trabajo en equipo. ¿Cuánto más se puede formar una persona en un año de entrenamiento constante?

En Colombia, en contraste, el servicio militar, aunque obligatorio, ha sido históricamente opcional bajo la compra de una “libreta militar”, y recientemente se ha planteado su transformación en un “Servicio Social para la Paz”, debilitando cada vez más el fortalecimiento de nuestras fuerzas armadas y el desarrollo personal que esta etapa puede brindar.

También visitamos el Museo Conmemorativo de la Guerra, un espacio imponente que recuerda el precio de la paz y el valor de la memoria histórica. Fue motivo de gran orgullo ver el nombre de Colombia entre los países que apoyaron a Corea del Sur durante la guerra. Ese vínculo es honrado como una “Hermandad de Sangre”, y se ha conmemorado en lugares como el “Parque Colombia” en la ciudad de Incheon, donde orgullosamente ondea nuestra bandera. Incluso se donó a Colombia el “Monumento La Pagoda”, que estuvo en la rotonda de la 100 con 15 en Bogotá y que fue trasladada después a la Escuela Superior de Guerra de la Universidad Militar Nueva Granada.

Durante el campamento también debíamos organizar presentaciones por grupos, nos dividían por regiones o idiomas. El grupo latino era el más pequeño, el más alegre, pero también —lamentablemente— el más desorganizado. A veces también predominaban las quejas. En cada grupo se destacaba alguna característica, pero el grupo coreano nos impresionó: trabajaban con eficiencia, presentaban con excelencia y demostraban una coordinación admirable. Al ver sus presentaciones, sentíamos una mezcla de vergüenza y admiración. Esa capacidad no es fortuita ni espontánea: es fruto de una cultura que valora el esfuerzo, la organización y el trabajo colectivo desde la infancia.

Trabajar para el bien común

Tanto Israel como Corea del Sur comparten una profunda cultura del esfuerzo colectivo. En sus inicios, Israel fundó los kibutzim, comunidades agrícolas donde todos trabajaban la tierra, construían caminos y compartían recursos con un fuerte sentido de cooperación y propósito común.

De manera similar, en Corea del Sur, tras la guerra, el gobierno impulsó el desarrollo local enviando cemento a los pueblos con una condición: que los propios habitantes construyeran las calles. Si cumplían, recibían más cemento como recompensa, lo que aceleraba el progreso. Incluso los reservistas militares debían colaborar semanalmente en estas tareas, y las empresas estaban obligadas a concederles un día libre para participar.

Heilik Chun, un coreano radicado hace varios años en Colombia, recuerda en una entrevista, cómo su padre salía un día a la semana a trabajar en obras públicas, y cómo eso les dio un sentido de orgullo y pertenencia, ya que todos se hicieron responsables de levantar su propio país.

Heilik mencionó también que los coreanos, así como los judíos, cuando están fuera de su tierra, conservan una fuerte cultura de apoyo mutuo. En el caso coreano, existe un sistema llamado “Kye”, que cosiste en una red informal de ahorro rotativo entre compatriotas que les permite prescindir de los bancos. Similar a las redes comunitarias judías de apoyo en la diáspora, ya sea en sinagogas o centros comunitarios, este tipo de apoyo es fundamental para ayudar al inmigrante a salir adelante. No se deja a nadie solo.

Innovación y mentalidad proactiva

Israel, en medio del desierto, desarrolló tecnología hídrica avanzada: riego por goteo, desalinizadoras, reutilización de aguas residuales y hasta captura de agua atmosférica. Corea del Sur, sin petróleo, sin gas, sin minerales estratégicos (la mayoría de los recursos quedaron en el norte tras la división), no usó la escasez como excusa. Importan lo que no tienen, pero han creado una industria automotriz y tecnológica potente: Samsung, Hyundai, LG.

Ambos países invierten fuertemente en educación e innovación. Según el Global Innovation Index 2023, Corea del Sur ocupa el puesto 10 e Israel el puesto 14 a nivel mundial. No solo salen adelante, lideran.

Conclusión: El desierto como oportunidad

Volviendo a Bemidbar, podemos decir que el desierto no es un castigo, es una oportunidad. En el desierto se forjan los pueblos, se fortalecen las convicciones, se desarrolla el carácter. No nos formamos en la tierra prometida, sino camino a ella. Es en la escasez donde surgen la creatividad, la unidad, la fe y el propósito.

Israel y Corea del Sur nos enseñan que no importa dónde empieces ni qué tan difíciles sean las condiciones: lo importante es la mentalidad, el esfuerzo colectivo, la fe y la disciplina. Estos dos pueblos no se desarrollaron bajo una mentalidad de víctima, sino de constructores.

Hoy, mientras disfruto del sabor intenso del kimchi que preparé, siento que el sabor de la vida también puede fermentar en los momentos más duros. Y que el tránsito por nuestros desiertos, individuales o colectivos, puede ser el terreno fértil para un futuro lleno de propósito.

¡Shavua Tov!

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Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.

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