¿Cuánta fe necesitamos para cambiar los ayunos en días de fiesta, la maldad en redención o la prueba que estamos viviendo en bendición?

Por familia Barrios Lara

El ayuno del 10 de Tevet es tan importante que su fecha no se cambia, incluso aunque caiga en viernes y su observancia altere un poco los preparativos para la apertura de shabat. ¿Por qué ayunamos este día? Porque el 10 de Tevet del año 3336 (425 AEC), el ejército de Nabucodonosor, emperador de babilonia, inició el sitio de Jerusalén [2 Rey 24:10], que culminaría 31 meses después, el 9 de Av del 3338 con la destrucción del templo y el exilio a Babilonia por 70 años.

Si bien, los días de ayuno deben ser dedicados a la Teshuvá, a recordar nuestras transgresiones y errores y enmendar nuestro camino, el punto fundamental del ayuno debe ser motivarnos a retornar al Eterno. Es decir, Hashem, pudo haber decidido que el templo se destruyera el mismo día en que ocurrió el sitio a Jerusalén (10 de Tevet), sin embargo, el Eterno decidió dar una ventana en el tiempo, esperando 31 meses antes del cautiverio, para que así el pueblo tuviera la oportunidad para arrepentirse y cambiar.

Es tan poderoso el deseo de Hashem de querer que retornemos a él, que aún, de una fecha tan triste como ésta, Él hace una hermosa promesa “Así dice el Señor Todopoderoso: «Para Judá, los ayunos de los meses cuarto (17 de tamuz), quinto (9 de Av), séptimo (Guedalias) y décimo (10 de tevet) serán motivo de gozo y de alegría, y de animadas festividades…»” [Zac 8:19] ¿Cómo puede ser esto posible?.

La respuesta nos la da el Profeta Isaías: “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura? ¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?” [Is 58:6-7]… Y es que, la promesa de transformar los días de luto en días de gozo ya está dada, pero, el trabajo para que esa promesa se cumpla depende de nosotros. Transformar la maldición en bendición, depende de nuestra relación con Hashem y las decisiones que tomamos para hacer realidad sus promesas. Veamos, por ejemplo el caso de Yosef en la parashá de ésta semana.

Yosef tenía todo para actuar como víctima y quejarse de las circunstancias. Su mamá murió cuando él era pequeño, fue criado por su madrastra, rechazado por sus hermanos, vendido a una nación extraña, acusado falsamente de violación, y finalmente terminó en la cárcel. Él podría haberse excusado para ser una mala persona o para apartarse del Eterno… pero no lo hizo. De hecho, estando en posición de autoridad, pudo haber usado su poder para traicionar a sus hermanos; pero, en lugar de ello, decidió bendecirlos. Incluso, ya muerto su padre, escogió perdonar a sus hermanos, y fue así como entendió el proceso por el cuál Hashem lo había pasado “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente. Así que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de ustedes y de sus hijos” [Gn 50:20-21].

Un caso parecido podemos ver en el pueblo judío: desterrado de su tierra, perseguido, esclavizado, casi exterminado por el holocausto. Pudo decidir fabricar armas nucleares para vengarse del mundo cruel que lo persigue… pero en lugar de eso, decidió continuar con su propósito de ser luz a las naciones, conforme a la promesa que el Eterno puso sobre él “El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza” [Dt 7:7-8].

Y para concluir, nuestro Mesías es el mejor ejemplo de ello. Podría haber decidido, no morir por nosotros, excusarse en que vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron [Jn 1:11]… sin embargo, decidió no solo ser obediente hasta la muerte [Fil 2:8], sino que más allá, estando en la cruz, intercedió por aquellos que lo estaban matando “—Padre —dijo Yeshúa—, perdónalos, porque no saben lo que hacen” [Lc 23:34].

¿Qué es lo que hace la diferencia? ¿Qué hace que la maldición se transforme en bendición? El punto está en nuestra actitud: decidir que, en lugar de ser una víctima de las circunstancias, podemos ser mayor que las circunstancias. Claramente no podemos elegir muchas de las situaciones que nos rodean, ni el comportamiento de las personas a nuestro alrededor… pero sí podemos decidir nuestra actitud ante ellas. Está en nuestras manos: Podemos decidir cambiar nuestra tristeza en danza [Sal 30:11]. Podemos quejarnos por todo o dar gracias por lo que nos está pasando: “Si desechas el yugo de opresión, el dedo acusador y la lengua maliciosa” [Is 58:9}. Ayunar de comida, pero alimentar nuestras peleas en el trabajo y en la casa [Is 58:3-4], o, ayunar conforme nos enseña Yeshúa: “Pero tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que no sea evidente ante los demás que estás ayunando, sino solo ante tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará” [Mt 6:17-18].

La decisión es nuestra. Hashem ya dio su promesa, pero nosotros resolvemos con que actitud recibimos la prueba que el Eterno nos está dando “Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Yeshúa, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo” [2 Cor 4:8-10]. Y tú… ¿Cómo vas a vivir este ayuno? ¿Y qué actitud decides tomar para afrontar tus actuales circunstancias?


¡Shavúa tov!


Somos Deivy Barrios y Natalia Lara, casados desde el 2016, padres de 3 pequeños y comunitarios de Yovel.

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