Por: Moshe Hernandez
“Recuerda lo que Amalec te hizo por el camino cuando saliste de Egipto… borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo, no lo olvides”. –Deuteronomio 25:17-19 TLV
Cuando hablamos de recordar y no olvidar, hacemos referencia a un proceso cognitivo básico que hace uso de los registros sensoriales, este proceso se llama memoria y sus registros sensoriales son la visión y la audición. La información que se obtiene por medio de los registros sensoriales es ilimitada (Cowan, 1988 citado en Morris y Maisto, 2009), sin embargo, la información puede desaparecer de ellos con gran rapidez (Rainer y Miller, 2002).
Para esto nuestro cerebro hace uso de otro proceso cognitivo básico: la atención, la cual se caracteriza por emplear esos recursos sensoriales dándole significado a la información que se está obteniendo. Posterior a esto esa información pasa a nuestra memoria de corto plazo (MCP), siendo retenida allí por breves segundos, y que puede perderse si no se repite para que sea codificada por nuestro cerebro para que finalmente se almacene en la memoria de largo plazo (MLP).
Hacia el final de la parashá encontramos tres mandamientos que están muy relacionados con esta función psicológica básica llamada memoria, las cuales son: 1) Recordar lo que nos hizo Amalec, 2) Borrar su memoria y, 3) No olvidar lo que nos hizo.
En un inicio vimos que para que algo sea preservado en nuestra memoria, deber ser percibido por los sentidos, especialmente por medio de la visión y la audición, lo cual fue experimentado por la generación que se enfrentó a Amalec en la batalla, como nos lo narra Éxodo 17, sin embargo, el Eterno allí ordenó que este acontecimiento se escribiera como recuerdo. ¿Por qué? Por un lado, para facilitar el proceso de aprendizaje y que tal evento fuera preservado en la memoria del pueblo.
Por otro lado, se garantiza la transmisión de tal suceso a las siguientes generaciones, que, aunque no hayan estado presentes en tal guerra, si deberán enfrentar la suya contra el Amalec de sus generaciones, y de esa manera el recuerdo de lo que aquel malvado nos hizo a lo largo de la historia será algo continúo, y no pasajero, para que así nuestros sentidos puedan percibirla e interpretarla para ser retenida en nuestra memoria de corto plazo, y finalmente codificarla y almacenarla en nuestra memoria de largo plazo.
Por tal razón, el Eterno nos ordenó que no debemos olvidar nada de lo sucedido, lo cual se logra por medio de la repetición que llevamos a cabo en tres momentos: 1) Diariamente al final del shajarit (oración de la mañana) cuando se leen los seis recuerdos diarios; 2) En Shabat Zajor, previo a Purim, ya que, Hamán era descendiente de Amalec; y 3) Cada vez que leemos Parashat Ki Tetzé, de esta manera se asegura que la repetición de este evento asegure y garantice la preservación en nuestra memoria de largo plazo.
No en vano, Keifa (Pedro) escribió lo siguiente: “Por lo tanto pretendo seguir recordándoles estas cosas, aunque las conozcan y estén bien afirmadas en la verdad que tienen” (2 P 1:12, traducido de la TLV).
REFERENCIAS
Morris, C. G. y Maisto, A. A. (2009). Psicología. México: Pearson Educación.
Rainer, G. y Miller, E. K. (2002). Time-course of object-related neural activity in the primate prefrontal cortex during a short-term memory task. European Journal of Neuroscience, 15, 1244-1254
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Psicólogo de la Konrad Lorenz Fundación Universitaria. Gabai de la Comunidad Mesiánica Yovel, maestro del ministerio Yeladim, miembro del ministerio de Danzas. Apasionado por el hebreo y otros idiomas.
