Por: Carolina Aguirre
En la parashat Vayishlaj, se habla sobre el reencuentro de Jacob con su hermano Esaú, y la discusión e interpretación que hay detrás cuando el texto nos dice que se acercaron, se abrazaron y se besaron.
Entre la traición antigua y las ilusiones modernas
En la parashat Vayishlaj vemos a Jacob, cargado de angustia, preparándose para reencontrarse con su hermano Esaú después de 20 años de distanciamiento, dolor e incertidumbre. El texto nos dice que se acercaron, se abrazaron y se besaron.
Sin embargo, en el rollo, en el hebreo original aparece algo que ha llamado la atención y ha sido objeto de estudio: la palabra “vaishakehu” וַ̇יִּ̇שָּׁ̇קֵ̇ה̇וּּ̇ — “y lo besó”. Lo interesante es que la palabra está escrita con puntos encima de cada letra (Génesis 33:4).

En la tradición judía, los puntos sobre una palabra invitan a sospechar que hay algo más. Según Bereshit Rabbah 78:9, ambos lloraron: Jacob lloró porque su hermano lo mordió en el cuello como quien lo intentaba matar, mientras que Esaú lloraba porque se había lastimado los dientes al intentar dañarlo. El Midrash nos confronta con una verdad incómoda: no todos los abrazos son sinceros, y no todos los besos significan paz.
El eco de Esaú en la profecía de Abdías
El profeta Abdías retoma este tema siglos después, proclamando un juicio duro contra Edom, descendiente de Esaú, no solo por su enemistad, sino porque traicionó a Israel aliándose con sus agresores. Edom no atacó de frente; hizo algo peor: miró desde la distancia, se alegró del sufrimiento de su hermano y se puso del lado de quienes querían destruirlo.
Abdías nos enseña que la traición más dolorosa no viene del enemigo declarado, sino del que se disfraza de aliado, del que ofrece un “beso” mientras en realidad retiene, bloquea o limita.
El beso de la traición en nuestros días
Cuando miramos el mundo actual, muchos judíos ven ese beso repetirse. Hay naciones que se presentan como amigas de Israel, que declaran apoyo, que prometen solidaridad, pero que en momentos cruciales le cortan las alas.
La tradición judía asocia a Esaú con Edom, y Edom con el tiempo se convirtió en un símbolo de imperios que, aun proclamando amistad, actúan con duplicidad hacia Israel. Desde esa metáfora surge un paralelo moderno para muchos analistas: Estados Unidos ha sido a la vez aliado y freno, protector y limitador del Estado judío. Apoya a Israel militarmente y diplomáticamente, pero también suele detener sus avances cuando estos alteran equilibrios regionales que Washington busca mantener. A ojos de quienes adoptan esta lectura, el “beso” estadounidense —amistad, cooperación, discursos de alianza inquebrantable— va acompañado de presiones, vetos y políticas que benefician indirectamente a actores hostiles a Israel.
Esta percepción se intensifica al observar la relación triangular EE. UU.– Israel – Irán. Mientras Irán declara abiertamente su enemistad hacia Israel, mucho del ajedrez diplomático estadounidense se enfoca en evitar una derrota total de Irán, ya sea por consideraciones estratégicas, nucleares o regionales. Cuando Israel golpea a Irán con precisión, Washington suele pedir moderación; cuando Irán o sus aliados reciben financiamiento o alivios económicos indirectos, la lectura en Israel es que EE. UU. le “da aire” a quien desea su destrucción. Así, algunos ven un patrón parecido al beso de Esaú: un abrazo cálido en la superficie, acompañado por movimientos que limitan la victoria de Jacob.
El miedo de Jacob y el nuestro
Lo más conmovedor de este episodio no es lo que Esaú hizo, sino lo que Jacob sintió. La Torá nos dice que tuvo un miedo profundo, “tuvo mucho temor y se angustió” (Génesis 32:7). Ese miedo lo llevó incluso a postrarse ante su hermano siete veces, como si fuera su siervo, aun cuando Dios mismo le había prometido protección, presencia y bendición.
Cuántas veces nos pasa lo mismo.
Cuántas veces, aun teniendo promesas claras, nos postramos ante nuestros propios Esaú.
Cuántas veces dejamos que el miedo nos haga olvidar quién nos acompaña.
Jacob tenía la palabra de Dios, pero la amenaza frente a él nubló su visión. Nosotros también conocemos promesas: que no estamos solos, que Dios pelea por nosotros, que Él es nuestro refugio. Y aun así, cuando aparece un enemigo —o peor, un falso amigo— cedemos, nos doblegamos, nos angustiamos.
Edom afuera y Edom adentro
El mensaje final no es político; es espiritual. El beso de Esaú no es solo un episodio histórico ni una metáfora geopolítica. Es un espejo de nuestra vida interior. Todos cargamos con miedos que fingen ser más fuertes que nosotros. Todos escuchamos voces que aparentan apoyo pero nos detienen. Y muchas veces somos nosotros mismos quienes permitimos que nos corten las alas.
La parashat Vaishlaj nos recuerda que, aunque haya traiciones, aunque existan abrazos falsos, aunque Edom siga disfrazándose de aliado, la victoria de Israel no depende de los “Esaú”, sino del Dios de Israel. Y nuestras victorias personales tampoco dependen de quienes dicen apoyarnos ni de quienes nos frenan, sino de Aquel que prometió caminar con nosotros.
El desafío es aprender de la historia de Jacob: no someternos al miedo, no rendirnos ante la apariencia de poder del otro, sino creer de verdad que el Eterno es quien dirige la historia, la del mundo y la de nuestra propia vida.
En un mundo lleno de besos dudosos, abrazos ambiguos y aliados que no lo son, la invitación es simple y profunda: volver a confiar, volver a creer, volver a apoyarnos en el Único que no traiciona.
¡Shavua Tov!

Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.

Gracias, hermosa comparación y precisa analogía, práctica para la vida diaria y erudita para el espíritu. Mamá decía, personas melosas, personas amargosas.