¿Cuándo fue la última vez que realizaste una depuración interna, no solo del cuerpo, sino del interior?
Por: Carolina Aguirre
Nuestro cuerpo está expuesto diariamente a toxinas externas e internas. Por eso nos bañamos y cuidamos nuestra apariencia externa, la que todos pueden ver. Pero ¿cada cuánto nos ocupamos de limpiar lo que no se ve y que afecta nuestra salud y nuestro espíritu?
En mi casa escuchaba historias de mi mamá: cuando los jóvenes entraban al ejército, lo primero que hacían era raparlos y darles una purga interna. Era una forma de comenzar una nueva etapa con limpieza, por fuera y por dentro. Esa palabra “purga” puede sonar fuerte, pero en el fondo habla de una depuración: sacar lo que sobra, lo que daña, lo que estorba para poder estar en condiciones de avanzar.
El cuerpo humano, aunque parezca sano, puede albergar parásitos, bacterias y toxinas invisibles que con el tiempo se convierten en la causa de enfermedades. Nadie quiere pensar en lombrices u organismos extraños, pero lo cierto es que existen y, si no se atienden, minan la salud. Así también, en el plano espiritual, hay pensamientos, actitudes o conductas que no se ven a simple vista pero que desgastan el alma y dañan nuestras relaciones con Dios y con los demás.
En mi trabajo remoto, la empresa me provee un computador. Yo lo uso a diario, y aunque no abra sitios dañinos intencionalmente, con el tiempo se acumulan archivos ocultos, virus y programas que entraron sin que me diera cuenta. Por eso la empresa pide hacer mantenimientos periódicos: limpian, corrigen y borran lo que sobra. Pero ese mantenimiento no puede hacerse si yo no doy permiso. El técnico —un ingeniero de sistemas o especialista en soporte— necesita mi autorización para entrar y revisar lo más profundo del equipo.
Algo muy parecido ocurre con nuestra vida espiritual. Dios nos dio el cuerpo, el alma y el espíritu como un “equipo” para operar en este mundo. Con nuestras acciones, a veces sin darnos cuenta, abrimos puertas que traen contaminación: resentimientos, orgullos, adicciones, palabras hirientes, actitudes que parecen pequeñas pero que van dañando. Desde fuera, puede que todo luzca bien, pero Dios ve lo que nadie ve. Como expresó el salmista David:
“¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.” Salmo 19:12
Yom Kipur es ese momento del año en que reconocemos que necesitamos mantenimiento. Que, aunque no seamos conscientes de cada falla, Dios sí lo sabe. Así como yo no soy ingeniera de sistemas y no puedo limpiar a fondo mi computador, tampoco sé cómo limpiar lo más profundo de mi alma. Solo Dios conoce cada rincón, cada archivo dañado, cada virus oculto. Nuestra parte es dar las credenciales: abrir el corazón, pedir ayuda con humildad y permitir que Él haga la obra.
Este día no es un simple rito: es un encuentro con el Creador que nos ofrece un nuevo comienzo. Igual que después de limpiar una casa sentimos paz y frescura, o después de un mantenimiento el computador funciona más rápido y mejor, Yom Kipur nos renueva por dentro. Dios nos limpia de lo que no vemos, nos libera de lo que nos ata, nos restaura en lo secreto para que podamos vivir con más fuerza, paz y propósito en el nuevo ciclo que comenzamos.
Entrar en un año nuevo sin esta limpieza sería como intentar correr con piedras en la mochila: cansado e improductivo. Pero cuando dejamos que Dios obre, recibimos paz, claridad y una nueva oportunidad de crecer. Yom Kipur es ese regalo anual en el que reconocemos nuestra fragilidad y pedimos el perdón divino para poder operar en todas las áreas de la vida: familia, trabajo, relaciones, sueños.
El primer paso lo damos nosotros: pedir ayuda y abrir el corazón. Lo demás lo hace el Eterno, quien conoce nuestra alma mejor que nadie y tiene el poder de limpiarnos de toda contaminación. Yom Kipur no es solo un día en el calendario, es la decisión de permitirle a Dios entrar y transformar nuestra vida, dándole acceso a lo más oculto de nuestro ser para que nos regale la oportunidad de un nuevo comienzo.
¡Shavua Tov!

Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.
