Parashá Pinjás: La generación que creyó

La Torá narra los comienzos del pueblo judío, que en realidad son los comienzos de una familia. A lo largo de su relato, vemos la evolución de esa familia iniciada por Abraham y Sara, y cómo esa semilla que ellos sembraron se transformó en un pueblo. En porciones como la que leemos esta semana, volvemos a ver a ese pueblo siendo contado.


En la Parashá Balak se describe la última gran plaga que azotó al pueblo en el desierto, donde murieron cientos de personas. Esta plaga se detuvo gracias al acto de celo de Pinjás, y es justamente después de este evento que Dios ordena volver a contar al pueblo. El nuevo censo ya no incluye a la generación que salió de Egipto, sino a la generación que está a punto de ver la promesa cumplida: los que entrarán a la tierra y tomarán posesión de ella.

Me gusta pensar que esta es una generación especial: una que sobrevivió porque creyó.
Si observamos con atención el relato bíblico, notamos que cada episodio de mortandad en el desierto fue precedido por una falta de fe en la promesa de Dios: el becerro de oro, el fuego de Taberá, la queja por la carne, el informe de los espías, la rebelión de Koraj… Todos estos episodios comenzaron con quejas, rebeldías o actos de idolatría, que no son otra cosa que expresiones de desconfianza en el control de Dios sobre las situaciones difíciles. Y aunque sabemos que toda esa generación fue condenada a morir en el desierto, esta porción lo reafirma de forma clara:

“Entre los censados no figuraba ninguno de los registrados en el censo que Moisés y el sacerdote Aarón habían hecho antes en el desierto del Sinaí, porque el Señor había dicho que todos morirían en el desierto. Con la excepción de Caleb, hijo de Jefone, y de Josué, hijo de Nun, ninguno de ellos quedó con vida.”
Números 26:63–65

Sin embargo, no todos los hijos de aquella generación sobrevivieron. Algunos comentaristas explican que desde la Parashá Jukat, la Torá salta al año 38 después de la salida de Egipto. A partir de ahí, se narra la historia de los hijos en el desierto, quienes también enfrentaron desafíos, plagas y tentaciones: como el episodio de las serpientes venenosas, el pecado con las moabitas y la adoración a Baal-Peor.

De esta manera entendemos que los que fueron contados en este último censo, los que lograron llegar hasta aquí, fueron los que no se dejaron arrastrar por la masa, ni por el miedo, la queja o la desesperanza. Se mantuvieron firmes. Por eso fueron ellos quienes vieron la promesa cumplirse. Sus nombres figuran en este censo, y con ellos se hereda uno de los valores más grandes para el pueblo de Israel: la resiliencia.

La resiliencia entendida como la firmeza en la fe y la esperanza incluso en lo imposible. Aquello que permite mantener la alegría aún en los momentos más difíciles. La historia de Israel está atravesada por milagros que nos recuerdan una verdad fundamental: no hay nada imposible para Dios.
El Rabino Mike Bengio, al referirse al censo en esta porción, destaca un caso muy especial: el de la tribu de Dan. Dan fue el único hijo de Jacob que solo tuvo un hijo, Suján, y según el Midrash de Génesis, este hijo era sordo. Desde allí, el Rab Bengio plantea lo difícil que debió ser para Dan creer que, de un solo hijo, podría surgir una tribu entera. Sin embargo, aferrado a esa característica judía de creer en lo imposible, creyó y su descendencia llegó a ser una de las más numerosas superada únicamente por la tribu de Juda. En la Parashá Pinjás leemos:

“De Suján, hijo de Dan: los sujanitas, que fueron los únicos clanes danitas. Su número llegó a sesenta y cuatro mil cuatrocientos hombres.”
Números 26:42–43

Por contraste, tribus como la de Simeón, que en el primer censo fueron de las más numerosas con cincuenta y nueve mil trescientos hombres, terminaron reducidas a veintidós mil doscientos como consecuencia del pecado con las moabitas:

“Los hijos de Simeón formaron los siguientes clanes.
De Nemuel, Jamín y Jaquín:
los nemuelitas, los jaminitas, los jaquinitas.
De Zera y Saúl:
los zeraítas, los saulitas.
Estos son los clanes de la tribu de Simeón. Su número llegó a veintidós mil doscientos hombres.”
Números 26:12–14
La Parashá Pinjás se lee en un tiempo especialmente difícil: durante las tres semanas de duelo. Pero es también en esta porción donde se describen el calendario de fiestas, recordándonos que incluso en medio del dolor, hay espacio para la alegría.

Bemidbar es el libro que nos enseña a tener fe en un desierto. Nos recuerda que cuando no sabemos a dónde mirar, debemos mirar hacia arriba. En tiempos como los que hoy vive Israel, este mensaje nos llega más. Sobre todo, para recordar aquella generación que entró a la tierra y pensar que, si nos mantenemos firmes, podemos ser también nosotros la generación que crea… y que vea la paz en Israel.

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¡Shavua Tov!


Soy Valentina Jaimes, miembro de la comunidad Yovel desde su fundación. A los 17 años, durante un voluntariado en Israel con niños kurdos, reafirmé mi amor por Di-s y comprendí que servir a los demás es parte esencial de mi propósito de vida.
Esa experiencia me llevó a formarme como enfermera y, más adelante, como Magíster en Salud Pública, orientando mi camino profesional hacia la promoción de la salud y el trabajo con las comunidades. Me apasiona comprender la salud como un fenómeno integral, especialmente desde una perspectiva espiritual y judía, fuente constante de respuestas en mi vida que hoy deseo compartir con los lectores.

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Un comentario en «Parashá Pinjás: La generación que creyó»

  1. Shalom Valentina, muy especial su reflexión. Es un aporte muy valioso e inspirador para todos los que estamos pasando momentos tristes, para Israel y nuestro país obviamente.
    Muchas gracias, por favor continúe compartiendo.
    Bendiciones, un abrazo.

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